8 de marzo – Día Internacional de la Mujer

8 de marzo – Día Internacional de la Mujer

Aún falta mucho, es cierto. Vivimos épocas de  violencia creciente contra las mujeres y población LGTBI, víctimas de violaciones reiteradas a sus derechos humanos; muy baja calidad y acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva; feminización de la pobreza; inequidad en el reparto de las tareas domésticas y roles de cuidados; baja tasa de participación laboral, mayores niveles de informalidad, ausencia de ingresos propios.

Desde Sedi continuamos apostando a  los cambios, acompañando a las mujeres, pero también a los varones que quieren deconstruir una forma de existir y ser en comunidad, abandonando para siempre el patriarcado y la misoginia. Nos queda seguir denunciando, alzando la voz, acompañando al movimiento de mujeres y a la lucha de los feminismos para alcanzar los cambios soñados, que hacen justicia a una condición humana plena.

Como iglesias cristianas, y como Organización basada en la Fe, no podemos quedarnos callados, y no podemos permitir que el miedo nos aquiete. Todo lo contrario. La fuerza está en las redes que nuestras comunidades construyen y que desde Sedi alentamos. Redes para pensarnos otra vez, para exigir el acceso a la justicia, para cambiar las reglas del juego. Porque sabemos que no hay posibilidad de enfrentar estos desafíos solos y solas. Queremos hacerlo construyendo paz, no profundizando violencias ni reproduciendo vínculos de opresión o de enajenación. La libertad y la dignidad de todas y todos es la gran utopía, la construcción que intentamos alentar.

Nuestros Programas están enfocados en una perspectiva de Justicia de Género, que promueve la equidad entre mujeres y varones como derecho humano universal, y este es nuestro compromiso indeclinable.

Hoy, 8 de marzo, queremos homenajear a las mujeres que vamos conociendo en los caminos que recorremos, porque de ellas aprendemos y a ellas nos debemos. Especialmente a aquellas trabajadoras que siguen luchando por ampliar los derechos propios y de otras compañeras, porque así es como constatamos que la sororidad no es un sueño, sino una realidad y nuestra gran esperanza.

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